domingo, 9 de mayo de 2010

Érase otra vez...

La literatura infantil se renueva, pero los superventas son los clásicos de siempre, como 'Caperucita' - El miedo atávico a la soledad, el abandono o la violación no tiene sustituto

Érase una vez y otra y otra que Caperucita llegó a casa de su abuelita y... La literatura infantil se renueva con grandes ilustradores, pero los superventas siguen siendo los cuentos de siempre en múltiples versiones. ¿Los niños eligen los clásicos o son los padres los que transmiten cuentos que ya les narraron sus abuelos?

España es uno de los países europeos que más literatura infantil editan, aunque en los quioscos
siguen ocupando lugar preferente los cuentos troquelados de La ratita presumida. Los clásicos,
muchos de ellos de tradición oral y recopilados por los grandes maestros, como Hans Christian
Andersen, los hermanos Grimm o Charles Perrault, conviven con una amplia producción
contemporánea de calidad nacional e internacional. "Todos vivimos al margen de la literatura infantil hasta que tenemos un niño cerca, y entonces se recurre a las referencias del pasado, pero si das un paso descubres los cuentos actuales", dice Pep Molist, crítico literario. El relato infantil vive un buen momento, resurge la figura del cuentacuentos y se crean novedades. Sin embargo,
nada ni nadie puede superar al lobo, la bruja y la madrastra. Son representaciones del conflicto, y
sin conflicto no hay cuento.
"Los cuentos tradicionales son un buen instrumento para conducir los conflictos inconscientes. El niño se encontrará, cuando lee Pulgarcito, con los sentimientos de pequeñez e impotencia; con el sentimiento de abandono en Hansel y Gretel, con la envidia en Blancanieves, con los celos en Cenicienta...", explica la psicóloga clínica Beatriz Azagra.
Los padres cada vez tienen menos tiempo para contar y menos tiempo para la imaginación. "La sociedad actual requiere dedicación al trabajo, a las compras, al ocio... y realmente el momento para disfrutar con los hijos es muy poquito, aunque es cierto que hay una nueva generación de madres muy preocupadas que ya buscan el cuento antes de tener a su bebé", explica Numancia
Rojas, experta en el arte de contar y enseñar a contar. "La crisis tiene algo bueno: vamos a tener que recurrir a lo ancestral, a la conversación en familia".
En la casa de la ilustradora Roser Capdevila hay mucha luz y detalles de las famosas trillizas de su creación en cada rincón. Cuando no se trata de dibujos, son fotos de sus hijas, las reales. "Los clásicos son patrimonio de la humanidad", reivindica. "No son de un autor concreto". La prueba de que los cuentos populares no entienden de fronteras la tiene en su propia experiencia. "Hace años me invitaron a Japón y expliqué un cuento en una de las escuelas. Son niños muy receptivos. Mediante dibujos les conté el cuento de Pulgarcito, y resultó que ellos lo conocían exactamente igual. A Pulgarcito se lo comía un buey".
Los clásicos se reeditan continuamente. Las editoriales apuestan por las nuevas creaciones, pero también juegan con la nostalgia. Una de las últimas colecciones son los Cuentos inolvidables, de Ferrándiz, con títulos como Mari Pili en biscúter y El Urbano Ramón.
"Desde el punto de vista comercial funciona la nostalgia del pasado. Los compran los que eran niños hace 30 o 40 años, o los abuelos y abuelas", explica Virgilio Ortega, director editorial de Planeta DeAgostini. Ortega defiende también la creación de nuevas historias. "En estos momentos estoy en Bolonia -la mayor feria mundial de literatura infantil- y salgo de una exposición de ilustradores infantiles. Son auténticos artistas. Enmarcaría esos dibujos y los pondría en mi casa. Y no están llegando tanto como se merece", exclama desde el otro lado del
teléfono. "Se están creando libros muy buenos, pero no todos se están promocionando", lamenta Ortega.
La facturación anual del sector de literatura infantil y juvenil fue de 330 millones de euros en 2008, lo que supone un crecimiento en los últimos cuatro años del 21%. Thule es una de las editoriales que tratan de innovar. José Díaz, su editor, se queja de que el mercado "es un tanto conservador". Ellos apuestan por los cuentos de nueva creación, aunque también se apuntan a los clásicos versionados. Tienen un cuento que se llama La boca del lobo, la historia explicada desde el punto de vista del lobo de Caperucita, que reconoce apenado que todo fue un accidente. "No está mal que se cuenten de nuevo los clásicos, pero nosotros buscamos otra cosa. España está en un primer nivel mundial en ilustración, pero en cuanto a la letra existe la creencia de que
el texto para niños es un texto para tontos", remarca Díaz.
Otro de los cuentos editados por Thule se llama El libro inclinado, de Peter Newell (EE UU, 1912). Es la historia del carrito de un bebé que se le escapa a su madre y va atropellando a todo el mundo. "Es curioso ver cómo una historia de entonces es tan moderna". Se lo pueden preguntar a Caperucita Roja, tantos años repetida.
Numancia Rojas defiende esta primera versión de la historia: "En la época de Luis XIV se produjeron una serie de violaciones en los campos de las poblaciones cercanas a París. Las víctimas eran adolescentes. Alguien inventó a Caperucita Roja para asustar a esas jóvenes y evitar así que fueran al bosque. Si realmente querían inventar un cuento maravilloso, ¿por qué el lobo espera a Caperucita en la cama y no se la come en el bosque? El rojo de su vestido simboliza la adolescencia, cuando llega la menstruación". Otro, Antonio Rodríguez Almodóvar, ha publicado La verdadera historia de Caperucita, en la que el leñador no salva a nadie, sino que la niña se da cuenta de que quien está en la cama es el lobo. En esta historia no existe la figura del macho-salvador de ninfas inocentes. Cada país tiene sus preferencias. En España, los favoritos son Caperucita Roja, Cenicienta, Las siete cabritillas, Los tres cerditos, Blancanieves, La ratita presumida, Hansel y Gretel y La Bella Durmiente, enumera Teresa Tellechea, editora de SM. En
Reino Unido, uno de los más solicitados es Ricitos de Oro y los tres osos; en Francia, La princesa y el guisante, mientras que en Alemania gusta Hansel y Gretel.
Las editoriales se repiten con los títulos, pero no más que los niños. ¿Por qué el niño se obsesiona con el mismo cuento? Lo pide uno y otra vez, semana tras semana. Los padres buscan distraer su atención, le ofrecen otros títulos, van juntos a la librería, pero no hay remedio. El niño quiere ese cuento. "Hay niños que se enganchan con determinados cuentos o con determinadas películas. No hay que preocuparse. Les tranquiliza escuchar o ver siempre lo mismo. Al niño la incertidumbre no le gusta, le inquieta. Como ya sabe que va a acabar bien, tiene un control sobre esa angustia", explica Arancha Fernández, psicóloga clínica del hospital madrileño La Paz.
Al memorizar el cuento, el niño puede construir un primer andamiaje mental, algo así como formatear el disco duro. Es importante contarles siempre de la misma forma la historia para su seguridad mental, por eso protestan cuando se les varía una coma. Los cuentos de hadas, según Azagra, permiten al niño disociar los sentimientos y manejar la ambivalencia. Existen las hadas y la madrastra, el príncipe y el lobo, pueden disociar en personajes buenos y malos y manejarse con ellos, de la misma forma que deberá hacer con sus sentimientos.

El País 03/04/2009

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